
Un barco llamado Loperman
Presentamos nuestros pasaportes y pasamos por la aduana, una azafata/ acomodadora nos ubica en nuestros asientos y nos acomodamos para empezar el viaje. Los capitanes salen a escena con baile y la propuesta de un camino de entretenimiento y aprendizaje sobre el humor, como explica Charo López: “Una comedia que habla sobre la comedia”. Con mi compañera estamos ansiosos y expectantes, pero también hambrientos. Nos preocupa pensar que no haber comido antes no nos deje disfrutar de los 90 minutos que dura la obra.
Ya no hay tiempo para saciar el hambre, es hora de llenarnos el alma. El viaje empieza con un repaso del humor argentino de fines del siglo pasado. Se nos plantea un eje, una guía para el camino: Aprender sobre el humor, sobre sus límites y las razones de porqué lo gracioso causa, justamente, gracia. De Jorge Corona a Perséfone, del chiste de salón a la impro y el stand up, del estudio crítico a los videos de Tik-Tok. Charo se hace cargo de la práctica, mientras Adrián Lakerman se carga al hombro la teoría que durante tantos años construyó sobre el humor.
La dupla funciona a la perfección, el contrapunto entre una Charo enchufadísima y un Adri de perfil bajo, que trabaja constantemente para potenciar a su compañera, es perfecto. Se entienden, se conocen y saben las potencias de cada uno. Logran la comunión con su público desde el primer momento, lo que genera la complicidad tan necesaria a la hora de hacer humor. Porque se trata de eso, de ser cómplice frente a una picardía, de un latiguillo, de poder anticipar el remate y esperar que este nos prepare una sorpresa. El barco navega a toda vela por un mar de historias y personajes que divierten tanto como sorprenden, todos los que estamos a bordo nos entregamos al viaje y el estómago no hace más que reír.
La imaginación no tiene límites cuando el destino es la risa de los espectadores, o pasajeros, de este viaje al que fuimos invitados. Se propone una sola regla, la de seguir adelante. Si algo no funciona, se descarta y se busca por otro lado. Adrián Lakerman ya va a tener su momento de repensar los elementos, pero en escena, así como en la vida, no hay tiempo de analizar. “Se sigue” nos dice Charo.
La hora y media se pasa volando, el hambre quedó completamente relegada frente a la clase magistral que es, a su vez, una historia delirante en la que dos amigos se embarcan a discutir su percepción sobre el arte al que dedican sus vidas. Charo López y Adrián Lakerman saben de comedia, tanto de forma teórica como práctica. Saben hacer que funcione, saben cómo hacer comedia. Conocen la historia, los límites, las reglas y su flexibilidad, tan necesaria para sorprender al espectador. Ellos dos ya son pilares y me animo a asegurar que van a ser estudiados cuando, en veinte años, se analice el humor de estos tiempos. Estamos en un momento clave del humor argentino, una época de ajustar las tuercas y refinar el artificio para potenciar nuestra capacidad de reír.
Muy alejados de la idea que tanto se repitió los últimos años (según la cual ya no se puede hacer humor con nada), Charo y Adri hacen humor con todo, pero nos enseñan a darle un sentido, una vuelta. Es tiempo de darle a la risa el valor que se merece. Mientras tanto, mi compañera y yo, que finalmente pudimos cruzar de vereda para cenar, apuramos cada bocado para poder revivir toda la experiencia de habernos subido a ese barco llamado Loperman.
Por Lautaro Marrero - @lautaro.naufragoliteral