Mis amigos saben: La nostalgia y el amor.

Mis amigos saben: La nostalgia y el amor.

“Mis amigos saben” es difícil de etiquetar en un mismo tema. Por eso mismo voy a decir que la obra habla de la vida, de la vida y del pasar de los años. De todo lo que transcurre en el medio de estos dos tópicos, que en los noventa minutos de duración, son lo mismo, o al menos caminan de la mano.
Con “Sin Gamulan” de los Abuelos de la Nada, viajamos a la eterna juventud de los ochenta y a la vida de tres amigos; Ariel, Gaston y Daniel, cuando aún se creía en una eternidad de sueños y el camino tempranero guiaba a los jóvenes en su barrio argentino a pasar el tiempo jugando al fútbol, haciendo música y sobretodo a creer que existen los para siempre. Y luego el pesar de veinte años, las canas, los aciertos y errores, y la inesperada partida de uno de ellos que los encaminará a envolverse en un rompecabezas sobre su juventud y como la misma dejó marcadas para siempre sus vidas, incluso con el pasar del reloj.
En ese vaivén de tiempo, nos adentramos en sus historias, unificadas por la inminente partida de Gaston a Italia. Conocemos a sus personajes, entendemos sus experiencias en la juventud y sus confusiones adultas. Una historia de vida, sin espacio para otro villano más que el paso del tiempo, que intensificó la amistad, pero se llevó demasiadas emociones ocultas en el armario.
“Mis amigos saben”, con su excelente guión, marca una línea muy clara entre dos presentes tan distintos como disparejos. Marca los años de sabiduría y crecimiento pero al mismo tiempo desdibuja esa misma línea cuando habla de amor; en primer lugar el amor a lo propio, el amor a tu tierra natal y a las personas que la habitan, los recuerdos que se crean en tu barrio, los lazos que se enredan, se desenredan y vuelven a enredarse con el pasar de los días. En segundo lugar, el amor de las amistades, que logran entenderse, bifurcarse por diferentes caminos, volver a encontrarse, resistir décadas, desacuerdos y problemas, pero como amor invaluable, sobreviviente eterno de la vida y de las cosas que el ser humano guarda en un cofre como un tesoro. Y por último, un amor de antaño, no confesado, tan lejano como cercano y perdido en un río de emociones acumuladas con el paso del tiempo, con un nudo de peleas, prejuicios, fotografías a la mitad, poemas de amor, serenatas y un último abrazo en un aeropuerto.
“¿Qué pasa con el tiempo cuando decide que todo llega a su fin?” dice la sinopsis, y ese cuestionamiento se ve presentado de forma maravillosa mediante también las grandes interpretaciones de sus actores y la increíble puesta en escena que es capaz de llevarte de un lado a otro de la vida, utilizando la nostalgia ochentera para viajar en el tiempo. Una nostalgia tan bien construida que el espectador puede sentirse también como parte de su historia, puede entristecerse con los momentos emotivos y reírse a carcajadas en el estado más puro de la comedia que una amistad irrompible puede brindar.
Los presentes pueden sentir esa familiaridad de una historia tan bien armada por su director y representada por el elenco, que es posible quedarse pensando en ella mientras suenan los acordes de “Costumbres argentinas” y también en el viaje a casa.
La hora de producción se pasa volando, y para su finalización el público logra sentirse conectado con la historia y con sus personajes, tanto en la versión joven como en la adulta, en la amistad, en el amor, en el tiempo traicionero, en una vida llena de emociones, recuerdos y nostalgias.

 

Por Zoe Tilli - @zoetilli

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