Nena gorda: entrevista a la actriz y dramaturga Bárbara Bonfil

Nena gorda: entrevista a la actriz y dramaturga Bárbara Bonfil

Por Javiera Miranda Riquelme

 

La foto de una nena gorda vestida de bailarina es el punto de partida del biodrama Nena gorda, el unipersonal escrito y protagonizado por Bárbara Bonfil, quien a partir de sus heridas de infancia y una ingeniosa (y también incómoda) puesta en escena, pone en tensión los estereotipos de belleza y las formas de violencia psicológica especialmente hacia las mujeres y las infancias en relación a sus cuerpos.

 

Circular de Arte entrevistó a Bárbara Bonfil sobre Nena gorda y el proceso personal y artístico que la llevó a revisitar y reelaborar recuerdos de su infancia.


 

¿Cómo surge el material de Nena Gorda?

 

– Surgió en la pandemia, que fue un momento de mucha introspección, en el taller de escritura de biodrama con Vivi Tellas. Había que elegir una foto para escribir a partir de ella. Yo elegí esa foto mía de bailarina de ballet gordita. Comencé a esbozar algo muy primario que ahora no tiene nada que ver con la obra, pero ahí se gestó el primer material. También hice un entrenamiento online con Daniel Casablanca y después de ese entrenamiento, él me ofreció un seguimiento de proyecto con el que se empezó a armar un material alternativo del cual también quedó muy poco. Hasta que finalmente con un poco de vértigo llamé Laura Fernández y durante cinco meses estuvimos escribiendo religiosamente todos los jueves. Y de pronto fue como “eh, Nena Gorda”, que era mi deseo de contar algo personal.

 

¿Por qué esa foto y no otra?

 

–Yo no quería armar ficción. Quería armar una obra que fuera contundente sobre algo personal. Algo que me conmoviera mucho a mí misma. Mi mamá siempre guardó objetos y muchas fotos de nuestra infancia con mi hermano, y esas fotos siempre me causaban contradicciones. Yo miraba esa foto de la bailarina a los 15 años, en plena adolescencia, y la odiaba. Este tema sobre mi infancia y la relación con mi cuerpo siempre estuvo ahí. Pero decidí abordar la obra con humor, precisamente porque se habla de las infancias, de los cuerpos de las infancias y eso podía volverla muy densa, pesada.


 

En todos esos meses de escritura y reescritura, ¿cómo fue recordar esas contradicciones de tu infancia? ¿redescubriste algo?

 

–Lo primero es que yo soy una persona con mucha memoria, entonces recordaba cosas como que mis tíos le preguntaban a mi mamá delante mío si yo iba a la nutricionista, por ejemplo. Pero también me encontré con mucho material fílmico de mi viejo de una cámara que tenía, y que filmaba absolutamente todo y lo tenía rotulado en casa. Reconstruí y descubrí que mi viejo se tomaba una hora para filmarme en un baile que no le importaba a nadie, o sea, algo que él hacía por amor. Lo mismo mi mamá que guardaba la mallita de lentejuelas que yo había usado y que ella misma había cosido. Yo pensaba  que eso lo hacían todas las madres y resulta que no. Y luego está la contradicción de que me mandaron a una escuela que quizá no tenía mucho que ver conmigo, que tenía mucho deporte, que además era una escuela de la colectividad judía y mis viejos no saben hablar hebreo. Era una escuela donde los chicos hacían mucho bullying y creo que mis viejos nunca repararon demasiado en eso. Entonces en este redescubrimiento hubo mucho de decir “¿qué les pasó acá a ustedes si siempre estaban tomando decisiones desde el amor, desde lo mejor para mí?”.


 

¿Cómo lo abordaste desde lo artístico?

 

–Y a nivel artístico también fue con altibajos, porque yo venía de haber medio dejado la actuación. Yo hago teatro desde muy chica, y lo institucional sentí que un poco me quitó algo lúdico con lo que yo siempre estuve muy conforme en el teatro. Fue muy loco porque venía medio dejando la actuación pero cuando terminaba de ver una obra de teatro y lloraba. Como algo del deseo de querer hacer pero con la dificultad de los resabios de la infancia. Y descubrí que aunque yo nunca había escrito nada, tenía algo para contar Porque en algún momento te preguntás “¿a quién le va a importar esto de mi vida?”, “¿dónde está mi ego que yo estoy hablándole a los demás sobre mi infancia de nena gorda?” Pero después 

te das cuenta que tiene que ver con una herida que nos atraviesa a todos y que siempre es así. Huellas de la infancia y el arte es el vehículo para reelaborar. Es un movimiento muy fuerte, es un nacimiento.

 

–¿Cómo fue el proceso de la puesta en escena? Hay una incomodidad inevitable entrar a la sala y encontrarse con la habitación y la intimidad de una nena.

 

Con Andrea Varchavsky, la directora, teníamos el texto pero no sabíamos en qué dispositivo va a entrar ese material. Yo ya sabía que en escena habrían objetos documentales como los diplomas y el boletín. Los videos ya tenían toda su dramaturgia hecha, el texto estaba cerrado. Y Andrea me dice “te imagino a vos, que sos altísima, en una habitación a escala”. Ahí agarré las sillitas de mi infancia y las cargué en el auto. En mi casa todo se guardaba, no se botó nada. De ahí. Las sillitas son mías. Con Andrea empezamos a buscar referencias visuales y ella estaba haciendo el posgrado de objetos en la UNA. Ahí empezó a armarse el tema de las muñecas que son una suerte de interlocutoras de la obra. 

Después el tema de la foto mía en escena donde estoy vestida de bailarina fue algo tremendo. Hasta entonces veníamos trabajando con una fotocopia de mi foto original. Una fotito. Y de pronto un día, muy cerca del estreno, llegó la gigantografía que está en la puesta en escena y ahí recién me dije “ah, no, esto lo va a ver todo el mundo”. Ahí me agarró otra emoción. La escenografía es como una especie de performance de mi habitación de niña. Todo muy rosado, todo con florcitas, todo muy rococó. Y sí, es la intimidad de la habitación de una nena.

 

¿Vino a verte algún familiar de los que hablas en la obra? 

 

–Sí. Yo más nerviosa que por el estreno estaba nerviosa por mi vieja. Había hablado muchísimo con ella de todo, de absolutamente todo. Todo lo que se habla en la obra se habló siempre con mi vieja, de las cuestiones del cuerpo, de cómo yo me sentí de chica, de los agradecimientos, de los reclamos, de todo. Tengo muy buena relación con ella. Pero bueno, también estaba nerviosa porque se hablaba de mi viejo que falleció. Un tema muy sensible para las dos. Pero le encantó, se emocionó muchísimo. Ahora invita a las amigas. De mis tías no es que digo “ah, me cago en todo, que vengan y se jodan”. No, no me pasa eso, pero a la vez esto es lo que yo quiero contar y es como yo me sentí. Que se la banquen. Una tía fue muy graciosa porque me dice “además de gordita yo también me acuerdo que eras muy inteligente”. Y yo le estaba por decir “bueno, ¿pero por qué no me lo dijiste?”. Y en general les resulta muy fuerte el material. 

 

¿Cómo se sienten interpelados los espectadores? ¿qué te comentan?

–Prácticamente todas las devoluciones tienen que ver con que todas las mujeres tuvimos cuestiones relacionadas a nuestra imagen corporal. Por gorda, por flaca, por petiza, etcétera.  De alguna manera todas hemos sido estigmatizadas en nuestra infancia. Pero también he tenido devoluciones de gente que todavía sigue atravesando situaciones con su cuerpo y que han tenido espacios y situaciones en donde se han sentido vulneradas. Hay chicas que han venido y se han acordado de recuerdos que estaban bloqueados. Una chica vino y me contó que la profesora de danza la tiraba de los pelos y le miraba mal la carnecita que se salía de la malla, ella siendo una nena de diez años. Pero aún hay chicas que sufren. Ahora veinte años después. Después decimos “bueno, estamos re deconstruidas”, pero la verdad es que no, porque no hay algo de las redes sociales, por ejemplo, que permite la comparación constante entre los cuerpos. Ayer estaba viendo la repetición de unos premios. Y bueno, a Nicky Nicole y a lali las amamos, pero todas son un palo ¿Qué se está diciendo con eso? Que la que triunfa es la que es la que es regia y un palo y regia. Siguen rigiendo los mismos parámetros de belleza de hace veinte años.


 

Nena gorda se puede ver todos los sábados de julio a las 20 horas en el teatro El Crisol (Malabia 611, CABA)


 

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