Pacata
La historia de una con una misma siempre se vive como algo singular que de a momentos amenaza con volverse incomunicable, irrepresentable, y en consecuencia, solitario. Pacata desmiente (como muchas autoras, escritoras, fotógrafas y actrices) que ese sea un lugar cerrado; sin decir “este es mi recuerdo mezclado con mi presente mezclado con mi condición” Pacata nos pone de frente con esa incertidumbre de estar vivas en el mundo, de tener cuerpos que gestan, de gestar ideas que no llegan a puerto, de los puertos que nos reciben de mala gana, de la belleza posible de engendrar solo con el cuerpo y un simple vestido floreado.
Es una experiencia que va más allá del teatro; en lo sensorial, te sugestiona, te abre mundos posibles para entender desde la propia experiencia. En lo visual, te tensa y te sosiega, el juego de las luces, Catalina doblada por su sombra o abandonada en el haz que entra por la ventana, proyecciones de un río nuestro, sonido de vegetación húmeda, de ribera.Y el elemento de lo absurdo y lo fantástico traído a la escena de la forma más mortal, más tierna: un bebé. Un bebé que camina e imita a su madre-mujer, su madre-performer, su madre-figura que danza, un bebé que la busca y pide por ella, que a veces imprevisiblemente llora, o se ríe y llena de cariño el mundo, o demanda el alimento, su derecho primero. Un bebé que trae otra opción de movimiento, igual de sutil que el de Catalina, que refleja la luz y proyecta la sombra, que acompaña la música, y sin embargo no tiene una coreografía ni una intención de representar: ella solo está.
Por eso, Pacata nos da una obra distinta en cada función, manteniendo ese germen de fascinante movimiento, de interacción de nuestro cuerpo como espectadorxs con ese cuerpo atractivo, versátil que hace a la danza, y proponiéndonos compartir ese lugar extraño de una con una misma, que hace eco con sus singularidades en un colectivo de todxs nosotrxs.
Por Toia Salvay - @no.toia