Noctámbula: el teatro es siempre el cuerpo en escena

Noctámbula: el teatro es siempre el cuerpo en escena

Por Javiera Miranda Riquelme


 

En medio de un cuadro escénico en apariencia acogedor, vemos a Susana (Malena López), la niñera de un bebé al que llama “angelito”. Su ingreso a la escena es ansioso aunque no desbordado. El cuadro escénico es sencillo: una pared con papel decorativo, una alfombra, una silla y una mesita de luz sobre la cuál se encuentra un teléfono de línea con cable, típicamente de los noventa. Antes del ingreso de Susana, un televisor de tubo proyecta breves escenas de una película de los ‘90 y cuyo sentido en relación a la trama se puede completar con algunos otros objetos y signos que están plantados en la escena. 

 

Noctámbula, unipersonal escrito y dirigido por Lucas Ranzani y protagonizado por la actriz, docente y poetisa Malena López, es un thriller con tintes íntimos e inquietantes que indaga sobre la psicología de una mujer que, en principio, se presenta como sencilla y honesta respecto de su afecto por “el angelito”, pero que conforme avanza la trama va creando ambivalencias entorno a su inocencia y sencillez. Susana abre la obra con una llamada telefónica y el personaje se va aferrando al teléfono y al cable del mismo conforme se va complejizando y precipitando hacia un costado oscuro y astuto. Susana es un personaje en relieve. La energía de la  protagonista se desarrolla en una suerte de curva cartesiana exponencial, donde la calma es sólo inicial y donde la inestabilidad emocional y psicológica van en ascenso aunque sin abandonar digresiones con destellos cómicos.

 

La dramaturgia de Ranzani logra manejar la dosificación de información y, por consiguiente, la creación del suspense. Sin embargo, la obra recae en gran medida en la notable interpretación de Malena López. Es difícil pensar en una Susana que no sea construida con las herramientas técnicas y emocionales que caracterizan al desempeño de López. La actriz va transformando ese cuadro escénico acogedor en una atmósfera ajena y enturbiada, a la vez que el espectador puede establecer cierta empatía con el personaje y con sus sentimientos de soledad y reivindicación de desempeño como niñera. Un ejemplo de ambivalencia dramática.

 

La tendencia del circuito teatral porteño, tanto el independiente como el comercial, de preferir obras con un solo actor para abaratar costos ante la creciente crisis económica y de financiamiento de la cultura, no tiene nada que ver con Noctámbula. Malena López copa todo el espacio escénico con sus movimientos rituales alrededor del teléfono, pero, sobre todo, con el dominio de su proyección de voz. La voz de Susana es clara, con excelente dicción, sin que por ello se escuche afectada y artificial. Además, maneja una amplia paleta de tonos, ritmos y timbres que permiten vaivenes interpretativos que tiran por la borda cualquier tentación de monotonía. Los silencios dramáticos están muy bien instalados y abonan a la tensión del conflicto de fondo que en principio parece estar velado.

 

Observados a la distancia, los indicios que planta Ranzani sobre la escena son sumamente reveladores respecto de la trama. Sin embargo, Malena López logra rápidamente despistar al espectador y traer la atención hacia su discurso y los elementos paraverbales inteligentemente tramposos.

 

Aunque la relación entre Susana y el “angelito” va presentando elementos poco realistas, Ranzani y López logran cierta verosimilitud del relato, especialmente porque Susana se coloca desde un terreno de extrañeza igual que el espectador. Por eso, aunque la obra vaya sorprendiendo con acontecimientos extraños o de carácter fantásticos, ésta se desarrolla con naturalidad, especialmente por el contenido emocional convincente que expresa la actriz.

La obra de Ranzani, que dura apenas 50 minutos, puede llegar a cambiar la percepción del tiempo de la escena. Es decir, logra transmitir los silencios, divagues e inquietudes de esta personaje nocturna que, a partir de un evento extraño en torno al “angelito”, abre cuestionamientos sobre la maternidad y el diálogo que las mujeres trabajadores pueden (o no) establecer con sus propios deseos. Sin pretensiones escenográficas, audiovisuales o conceptuales, Noctámbula se desarrolla de manera orgánica como prueba de que todo lo que flota en la escena puede ser accesorio, salvo el alma del intérprete. El teatro es siempre el cuerpo en escena.

Muy recomendable.


 

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