Entrevista a Guillermo Parodi

Entrevista a Guillermo Parodi

Por Javiera Miranda Riquelme

 

Una niña es aplastada por los trancos de una carreta descarrilada. Su padre, un terrateniente correntino del siglo XIX, ruega a Dios para que la niña despierte del sueño mortuorio. Dios no hace caso a sus plegarias, y el terrateniente decide pactar con el diablo para traer devuelta a la niña. ¿Cuál es ese pacto? Levantar una capilla en nombre del Mandinga y hacerla bendecir por un cura para afrenta de ese Dios sordo. Mandinga (La capilla del diablo), obra escrita y dirigida por Guillermo Parodi toma esta leyenda para preguntarse sobre la presencia y ausencia de cuerpos; el espacio habitado y los sentidos posibles de esos espacios vacíos; y hasta dónde pueden llegar los pactos del poder.

 

Circular de Arte entrevistó a Guillermo Parodi sobre la leyenda correntina que inspiró su obra y los ecos sociales y políticos de la misma.

 

–¿Qué imágenes dispararon el proceso creativo de la obra?

 

–La obra surgió de asociaciones personales, de la música, el paisaje, el modo de hablar de Corrientes. Yo soy correntino y desde la infancia tuve contacto con la vida del campo. Iba a un campo que tenía mi familia y ahí conocí esa vida rural. También en mi familia se dedican a la música y al chamamé. Siempre estuve entre las cosas de las abuelas, la peonada en el campo y las historias que oye uno como el San la Muerte y los velorios de angelitos. Cuando se muere un angelito, un chiquito, se supone que es un alma pura, entonces se hace un baile y una celebración y se come asado y se canta.

 

–¿Y la leyenda de la Capilla del diablo?

 

–Obviamente la leyenda de la Capilla yo la tenía de oídas desde pequeño. En algún momento Félix Luna documentó esa capilla en Toda es Historia. Por supuesto que la historia que se relata en la obra toma esa idea, pero no es la leyenda estrictamente. Los mitos, las leyendas también se construyen de oiditas, de versiones. Esa imaginería es un juego y el teatro es un juego también, una caja de resonancia del juego. 

 

–¿Me puedes contar cómo fue el proceso de construcción de este personaje de Lorena Szekely?

 

–Es una síntesis de San la Muerte. Es Mandinga, es el representante de Mandinga, pero no es Mandinga a la vez. Puede tomar mil formas. Puede ser peoncito de campo, puede ser un animalito, puede ser el que te cuenta la historia, el que te hace la magia y puede ser el director de escena también. Mandinga está acá presente mientras sucede la obra, en el umbral del teatro, entre la ficción y la realidad. Por eso siempre está la idea de “te estoy hablando a vos”. Si bien todos convenimos que es una ficción, es real. Y por eso es inquietante.

 

–¿Lo inquietante del personaje de Lorena Szekely tiene que ver con su aspecto juguetón y tramposo?  Como una suerte Rumpelstiltskin de este lado del mundo. 

 

–Sí, el diablo es muy inteligente y la inteligencia está en el humor y la risa. Eso fuimos descubriendo. Cuando ella baila con su sombra, una pregunta que yo siempre le hago a Lorena es ¿Cómo es la sombra del diablo?

 

–¿El Mandinga está en el campo del ritual más que en el campo de la ficción?

 

–Buscamos esa propuesta. Es la poética que yo vengo laburando. Mi voluntad es que vos vayas a hacer una experiencia estética. No es que yo te haya contado una historia. A veces ni siquiera me importa tanto la peripecia como sí el devenir y el flujo emocional dramático y visual y estético. Por eso yo no uso decorado. Le escapo al naturalismo. Yo necesito la poesía. Necesito la síntesis. Necesito la caja de resonancia que es el espacio escénico vacío. Vaciado de discursos.

 

–¿Ese vaciamiento se completa con otros signos entonces?

 

–Yo puedo hacer la escenografía del ranchito. Pero esta obra se puede hacer con un espacio escénico vacío perfectamente. A mí me interesa un espectador activo, que complete los sentidos. Por eso Mandinga además tiene esos saltos en el tiempo, porque el espectador tiene que armar el rompecabezas. Además vamos dosificando la información y para que los signos también relaten.

 

–Dentro de los relatos que construye la obra hay un relato político…

 

–Sí. Yo la escribí en el 2001 y ahí el país estaba con las instituciones democráticas bastante en crisis. El juego, la calle tomada y pregunta de qué pasa cuando el poder mira para otro lado. Qué pasa cuando el poder está haciendo pactos con representantes de vaya a saber qué demonios son.

 

–Es lo que se pregunta Mandinga, con quién pacta el poder…

 

–Sí, y se parece bastante esa época del 2001 a esta. Ahora se votó la Ley Bases, pasaron cosas en la plaza frente al Congreso. De alguna forma la obra vuelve a resonar con una enorme fuerza. Por eso la monto ahora. Fue una necesidad. No es que no intenté montarla antes. Intenté dos o tres veces y por distintas razones no pude. No tenía los recursos. También siento que en aquel entonces no estaba yo en condiciones de montar esta obra que yo mismo había escrito, me parece, y la fui postergando y dejando. Pero ahora se ha vuelto urgente, como en el 2001. Por eso la obra termina como termina, con la calle tomada.


 

Mandinga (La capilla del diablo) se puede ver todos los sabados de junio a las 22:30 horas en el Teatro del Pueblo (Lavalle 3636). Muy recomendable.


 

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