Lengua, lengua, lengua: el delicioso arte de pecar

Lengua, lengua, lengua: el delicioso arte de pecar

Lengua, lengua, lengua: el delicioso arte de pecar

Por Javiera Miranda Riquelme


Cuando la forma y el contenido se unen en una simbiosis necesaria, la obra artística se eleva a una dimensión poética, una criatura con vida propia. Este es el caso de la obra teatral Lengua, lengua lengua, de la dramaturga y directora Carolina Mazzaferro, quien fue galardonada con el primer lugar de la 14° edición del premio Germán Rozenmacher.

Todo en Lengua, lengua, lengua está en su perfecto punto de ebullición, partiendo por su argumento y la dramaturgia: Edda y Rosetta, dos brujas disfrazadas de novicias e infiltradas al interior de una parroquia tienen la misión de salvar a una joven y mortal panadera de ser quemada en la hoguera. La decisión de condenarla al fuego es promovida por la abadesa de la parroquia y está motivada por una vulgar pero muy práctica razón.

Lengua, lengua, lengua dialoga –con o sin querer– con La brujas de Salem del dramaturgo y maestro estadounidense Arthur Miller, en un sentido sumamente materialista: la persecución ideológica y cultural nunca nace de una simple discrepancia de ideales, sino que es también el correlato de una lucha de fuerzas materiales, económicas y políticas concretas. Carolina Mazzaferro expulsa los clichés de “gente mala y gente buena” –lo que no es poco en un argumento que trabaja el género fantástico– y enfrenta la institucionalidad religiosa de las novicias contra un simple individuo que vive de su trabajo, colocando en medio un interés profano como el de toda cruzada de quien ostenta el poder político para oprimir.

Carolina Mazzaferro comenzó a gestar la obra en la Diplomatura de Dramaturgia del Centro Cultural Paco Urondo (dependiente de la Universidad de Buenos Aires) en el año 2019. Durante un ejercicio de escritura con la dramaturga Sol Rodríguez Seoane surgió la primera escena de las dos brujas vestidas de novicias que recolectan ramas en el bosque. Continuó el proyecto de obra en el marco de la diplomatura con Andrés Binetti y luego, en pandemia, siguió trabajando en lo que sería Lengua, lengua, lengua con Andrea Garrote.


No hay forma de que el argumento pueda funcionar sin los parlamentos en verso, ni tampoco manera de que el verso tenga razón de ser sin el argumento de la caza de brujas. No hay sustancia sin esa forma ni forma sin esa sustancia. «Al principio no tenía tan claro qué era la brujería al interior de la obra. Esa fue una pregunta que me fue atravesando durante todo el proceso de escritura. Y en la clínica de dramaturgia con Andrea Garrote, ante esa pregunta, ella me dijo “pero ya está en el texto la respuesta de qué es la brujería”, y claro, era el verso», cuenta Mazzaferro riéndose de sí misma.


Los parlamentos de las brujas están escritos en versos con rimas sin que por ello sean barrocos. Por el contrario, construyen imágenes y juegos verbales que provocan risas en las gradas. En cambio, las novicias y demás mortales, a falta de atrevimiento creativo, hablan un lenguaje castigado y llano. Puede incluso que casi no hablen, como ocurre con Zahurda, monja de la parroquia. Esa es la poética hipótesis de Mazzaferro: el arte sólo lo produce quien se arriesga, quien se desata de las correas del superyó castigador y decide entregarse al delicioso pecado del juego, a la magia del artificio por el artificio.

La literatura y la poesía en particular es la gran inspiración de esta obra –en particular, Carolina rescata con fuerza la influencia Perlongher– y a lo largo de la obra nos invita a recordar nombres, investigar, leer. «La primera escena dentro de la iglesia es una escena en la que los personajes tienen una lista con nombres de distintas brujas y se van preguntando cómo es que fueron muriendo. Los nombres de esa lista pertenecen a mujeres que la iglesia persiguió y mató, pero también hay nombres de poetas, como Sor Juana».

Las interpretaciones son excelentes: corporalidades retorcidas, rígidas, coquetas, pedantes, nerviosas; voces con timbres, volúmenes y ritmos chirriantes, melódicos, sumisos, imponentes; y expresiones faciales que juegan entre rangos posibles de inocencias y tenebrosidad. Cada interpretación tiene un registro propio, casi arquetípico.


Pero Mazzaferro no trata de dar una lección sobre cómo hacer arte. Lengua, lengua, lengua es una defensa en sí misma de esa poética –de hecho, el argumento remite a la caza de brujas, pero no es una obra de época–, porque, por fuera de la dramaturgia y el argumento, se combinan muchos otros lenguajes: una escenografía que amenaza con quemar a viva a cualquiera que le erre; una iluminación tenue y cálida que coloca el acento en momentos claves de la trama; y un vestuario que además de ser sumamente prolijo y verosímil, dota al personaje de la Abadesa de soberbia y poder.

Mención honorífica para Sofía Gambino, diseñadora de la música y el sonido de la obra. Vestida de monja, abre la pieza teatral cantando en un timbre celestial para después tomar posesión de la atmósfera de la sala y enrarecer con sus mezclas oscuras y sensuales el sentido de las escenas. Todo esto sucede a un costado del escenario, mientras nos muestra su lengua sospechosamente brujeril.

Sobre el proceso creativo del diseño musical, dijo Gambino: «A mí me resonaba mucho esto de la lengua, de lo vocal. Pensaba mucho en el disco de Björk en el que los instrumentos son todas voces (Medúlla, 2004). Pensaba mucho en las superposiciones de voces y cómo éstas podían ser melódicas, rítmicas y tener distintos timbres».

Lengua, lengua, lengua se puede ver todos los sábados de mayo a las 22:15 horas en Espacio Callejón (Humahuaca 3759, CABA).

Compartí

Comentarios

Para comentar por favor inicia sesión.