
Atte. tus vecinos
¿Cómo se reseña un musical? ¿Cómo se presenta una obra que mezcla a Broadway con el remate de la sitcom, la trama de la romcom, el rock nacional, los juegos de palabras y una fina curaduría de los estereotipos universales?
La protagonista Verónica (interpretada impecablemente por Belén Amadio) se separa de su galán novio Marcos (Renato Pinto), un hombre que se ganó sin mucho esfuerzo el corazón de todo el edificio, y en consecuencia, tras la separación ella se vuelve la enemiga personal del consorcio, que busca echarla. Para proteger su casa y sin Marcos en el horizonte, Veronica se hace pasar por él y aprovecha sus absurdos privilegios.
Joaquín Scotta deslumbra como Antonio, un rolinga fitopaenze, es decir, inevitablemente romántico y encantador, que desafía con su mera existencia a todo el bloque conservador del edificio, véase Olga (Julieta Molina), directora del consorcio, tanguera en el alma y dictadora en las formas, y Claudia (Agustina Quaglia), la sumisa y dedicada subdirectora. Titiritera opera en el fondo de los problemas Raquel (Micaela Vargas), la nueva encargada con un pasado turbio, sonrisa chanta y aspiraciones de coach. Emma (Clara Suárez) trae la nota emo y punk de las comedias románticas de los noventa, con su impronta disonante.
“Atte. Tus Vecinos” es un musical, sí, pero además, en el punto de inflexión, en el momento en el que el diálogo se vuelve canción, hasta el más reacio a esta forma de teatro se afloja en una sincera carcajada. Porque esta obra, dirigida por Rubén Viani, Vanesa Gracia Millán y Juan Pablo Schapira, es una auténtica comedia musical, con chistes brillantes y argentinos, personajes excelentes, harto conocidos de la vida real, llevados un poco más allá para alcanzar un clima de caos apenas contenido, como lo es la vida de consorcio.
La convivencia estrafalaria de estos personajes entre sí y con los departamentos que alquilan produce interacciones hilarantes, historias de amor y desamor, confusiones a lo “Mulan”. Es como si fuera un espectáculo para chicos con el lenguaje y bagaje cultural de los adultos, una identificación noventosa y también atemporal.
Por Victoria Salvay