El antes y el después en el espejo

El antes y el después en el espejo

De entrada, en cualquier película, sabemos que el arco dramático, esa transformación interna y crecimiento psicológico del personaje, va a estar ahí para cuando lleguemos a la última escena. Como espectadores, tenemos la certeza de que el o la protagonista empieza en un estado personal y termina en otro. Incluso la no realización de este hecho nos deja con un sabor amargo después de la peli.

 

Hay películas donde es muy claro este camino y en otras es casi imperceptible. Pero creo que las preferidas (con mucha culpa) por todos, son las que conllevan, en paralelo a este cambio interno, una transformación física que hace que el personaje pase de patito feo a diva total. 

 

El Diablo viste a la moda (The devil wears Prada, 2006), El amor tiene dos caras (The mirror has two faces, 1996) y Ella es así (She’s all that, 1999) son tres exponentes perfectos para ejemplificar esta premisa.

 

 

En El diablo viste a la moda, Andy (Anne Hathaway), una periodista recién recibida de una Ivy league, quiere cumplir su sueño de trabajar para un diario reconocido de Nueva York. Mala suerte para ella, consigue como disparador de su carrera un puesto de asistente en la revista Runway dirigida por la temida Miranda Presley (Meryl Streep). Al contrario de lo que pasa en Legalmente rubia (Legally blond, 2001), Andy tiene que adaptarse al sistema para pertenecer y no viceversa. La protagonista no solo cambia su forma de vestir y su peinado, sino que la actriz hasta tuvo que bajar de peso para dar con la talla de su personaje (acción que después es festejada dentro de la diégesis). Comentarios negativos van, comentarios negativos vienen, se da cuenta de que el mundo de la moda es superficial y que su tiempo en la revista hizo que pierda de vista su objetivo principal.

 

 

En Ella es así, clásico adolescente de los 90s, Zack apuesta con sus amigos que puede convertir a cualquier chica en la reina del baile. ¿Y a quién elige? A Laney, la chica más “fea y nerd” del colegio, dos cualidades que ni siquiera se acercan a Rachael Leigh Cook, la actriz que interpreta el personaje. Si hay algo que tenemos que criticarle a estas películas es la estereotipación de la belleza que crearon para toda la generación que creció viéndolas: no porque alguien use anteojos o se vista mal o no esté “en onda” en feo. Volviendo a lo nuestro, Laney no lo quiere ni ver a Zack, porque en sus ojos (como en los nuestros), él es un banana. Sin embargo, de a poco se van conociendo más y ella empieza a cambiar su forma de vestir y peinar para llegar hecha una diosa al baile de fin de año. 

 

 

Por último, una de mis películas románticas favoritas,  El amor tiene dos caras de (y con) Barbara Streisand. En la peli, conocemos a Rose, una prestigiosa profesora de literatura de la Universidad de Columbia. Ella es súper copada, querida por todos y todas pero, para el estereotipo de los 90s es “fea”. Enamorada de su ex cuñado y cansada de vivir con su mamá, decide hacer un trato con Gregory, un profesor de matemática recién divorciado, interpretado por Jeff Bridges. Los dos fingen una relación romántica y hasta se casan, creyendo que es la mejor salida para la soledad. De a poco, Rose le empieza a poner onda a la ropa y al maquillaje y se transforma en una mujer súper segura, dejando a su marido sin saber qué hacer. A diferencia de las otras dos películas, la transformación de Rose viene de un deseo de empoderamiento y no tanto por la influencia del contexto. Si bien, parte del cambio físico lo hace para atraer a Gregory, se da cuenta de que va más allá de él y que ahora es una mujer libre y segura, le guste a quien le guste.

 

La mayoría de estas películas de “extreme makeover”, como se conoce a las transformaciones extremas en el mundo de Discovery Home & Health, nos generan empatía con estos personajes que se transforman porque justificamos su cambio, entendiendo que de lo físico deviene lo psicológico que va a hacer que pueda enfrentarse a sus obstáculos y cumplir sus metas. Sin embargo, por más que sean un placer culposo, hay que reconocer que este tipo de películas funcionaban antes (y por suerte) cuando los protagonistas debían cumplir con parámetros estéticos que Hollywood aceptaba como “normales”. Estaría bueno que, tomando como referencia la película Amor ciego (Shallow Hal, 2001) la transformación del personaje se diera a la inversa y se de cuenta que su contexto no lo determina para poder alcanzar sus metas dentro del camino argumental.

 

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